Por: José Luis Chicano
Amanece un nuevo día. Realmente aún no ha amanecido, aún es de noche. Pero la vida en el barrio ya está en plena ebullición. Es jueves. Pero no es un jueves en cualquier lugar, es jueves en la calle Feria. Sevilla. Y hablar de un jueves en la sevillana calle Feria no es asunto baladí. Es hablar del Jueves, con mayúsculas. Porque hablar del Jueves es hablar del mercadillo al aire libre más antiguo de Sevilla, cuyo origen, según la tradición popular se remonta al siglo XIII, tras la conquista de la ciudad por Fernando III el Santo. Voces autorizadas como la del Catedrático de Antropología Social de la Universidad de Sevilla, Salvador Rodríguez Becerra lo sitúa antes del siglo XV, habiéndose colocado entonces los mercaderes en esa calle Feria por el nombre de la misma, a modo de feria semanal. También es plausible la teoría del origen árabe del mismo, entendiéndose éste como el zoco de la ciudad. Sea como fuere, el Mercadillo El Jueves llega a nosotros como una de las tradiciones de más arraigo popular en Sevilla y como uno de los mercadillos ambulantes más antiguos de España. Y se llama el Jueves no por arbitrariedad. Se llama así, por la sencilla razón de que es el día de la semana en que tiene lugar. La respuesta está en lo más simple muchas veces.
Para unos, un mercado de auténticas antigüedades, para otros, un mercado de baratijas e incluso mamarrachadas. Pero lo que no podemos obviar es el hecho de que nos encontramos ante un trozo de la historia viva de Sevilla. Es Sevilla al ciento por ciento. Es el barrio. El barrio al ciento por ciento. Dónde, lo mismo puedes encontrar una revista de varietés editada durante la II República, que lo mismo puedes encontrar un retrato de Primo de Rivera. De ambos, tanto padre como hijo. Paradojas de la vida. Réplicas de Inmaculadas de Murillo, maquinas de coser, recambios para la bicicleta, bicicletas enteras (de dudosa procedencia), cromos, videoconsolas, velones de Lucena, carteles de feria, planteles toreros en la Maestranza, trajes de flamenca, muñecas Nancy, libros y antigüedades en general, que resultan imposibles de enumerar dada la variedad de objetos que se dan cita sobre mantas y fardos cada jueves en la calle Feria, transformando ésta en un inmenso tapiz, en un collage variopinto que rezuma vida por cada uno de sus poros. Por cada uno de sus puestos. Cada puesto, una historia.
Aquí se da cita la dualidad que enfrenta a las antigüedades a las antiguallas. La dicotomía entre lo valioso y lo hortera. Lo práctico y lo frívolo. El frikismo. Frikismo en su traducción literal. Porque ésta es la mejor ejemplificación de lo que es el mercadillo de El Jueves. La definición que nos aporta el Diccionario de la Real Academia Española de friki (del inglés freaky) es extravagante, raro, excéntrico. Pues esa es la mejor manera de definirlo. Pero claro está, eso no le quita su valor histórico y cultural. Porque se trata de un valor tanto antropológico como sociológico. Cultura popular al cien por cien. Cultura en términos etnográficos. Cultura como conjunto de significados y símbolos que caracterizan a un grupo social. Porque lo que aquí se da, no es exclusivamente refinamiento, gusto, sofisticación, educación y apreciación de las Bellas Artes. Aquí se dan cita fuerzas culturales más interesantes y significativas, las que afectan a la gente en su vida cotidiana. En su día a día. Y claro está, en un contexto determinado e influenciado por el tamiz del tiempo y de la historia.
Y el caso es que lo que era un mercado de objetos usados donde la gente iba a buscar cosas pintorescas, artefactos antiguos o simplemente a curiosear y mezclarse entre el gentío que abarrota sus puestos, ante la actual situación de la economía, ante esta crisis sistémica que en mayor o menor medida nos ahoga a todas y a todos, está dándose un nuevo fenómeno. Un fenómeno que no es nuevo, por otra parte. Simplemente ha renacido. Porque los que antes iban a comprar algo por frivolidad o por curiosidad, ahora lo hacen por necesidad. Hay que recurrir a lo económico. A lo barato. Lo usado. Ya sean películas, jerséis, juguetes o libros. Evidentemente, el mercadillo no se ha convertido en el nuevo Carrefour del barrio, pero sí es verdad que la afluencia al mismo en búsqueda de cosas asequibles de uso diario sí que ha aumentado.
Y una de esas cosas, no de primera necesidad, pero sí de uso cotidiano, depende para quién, son los libros. Libros nuevos, libros usados en perfecto estado y libros viejos y amarillentos. Libros con anotaciones, con dibujos, libros algunos, cuyos lomos se ven incapaces de aguantar por mucho más tiempo sus hojas en ellos. Libros más caros, libros más baratos, dos libros al precio de uno. Libros al fin y al cabo. En definitiva, material de lectura. Mejores, peores, superventas, descatalogados. Pero libros son.
Y el caso es que encuentras libros nuevos, sin estrenar, con su fundita de plástico entorno a ellos a precios de segunda mano, a precios muy pero que muy asequibles. Libros que ya no encontrarías en una librería en muchas ocasiones. Libros en los cuáles el precio no lo marca una editorial o la repercusión social que haya tenido éste. Libros cuyo precio lo delimita su propio estado de salud. Salud a nivel físico. Y no sólo eso. El precio también varía en función de su volumen, de su masa, de su peso. No nos encontramos ante precios cualitativos, sino ante precios cuantitativos. Mientras más grande, voluminoso o pesado sea éste, mayor será su precio, y por ende, a menor tamaño o peso, menos nos costara. Cultura a granel.
Desde los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós a líderes en ventas como Katherine Neville o Mario Puzo, pasando por libros míticos de Vázquez-Figueroa o Patricia Highsmith. Sin olvidar a los grandes maestros clásicos, así como a las brillantes plumas de nuestro Siglo de Oro. Toda una biblioteca a ras de suelo. Los buscadores de conchas de Rosamunde Pilcher, El Dr Jekyll y Mr Hyde de Stevenson o Estudio en escarlata de Doyle son una pequeña muestra del variopinto abanico literario que se abre a nuestros ojos a precios muy competitivos. Porque un libro es un libro. Esté viejo o nuevo. Esté sin leer o hay sido leído y releído cientos de veces, siempre será un libro mientras el paso del tiempo, implacable, no acabe con él. Y lo que para unos podría considerarse una cutrez o rebajarse a no estrenar un libro, para otros tiene una gran ventaja. La ventaja de que, muchos libros, al igual que pasa con películas o discos de música, ya han sido descatalogados. Muchos de esos libros, películas o discos, pueden resultar ya imposibles de encontrar en el mercado ordinario. Tuvieron una tirada de equis ejemplares y no se volvieron a reeditar. Y es, para este tipo de género, que ya no puedes adquirir en comercios especializados, una gran oportunidad de volver a salir a la luz. Es una oportunidad para el público a acceder a esa cultura que por unos motivos u otros ya no puedes adquirir. Ya sea a precio de coleccionista o a precio de tieso.
Y es que leer se ha convertido en un vicio relativamente caro con los tiempos que corren. Siempre está el recurso de la biblioteca, gratuito. Pero para los que le gusta tener en casa una estantería plagada de libros que poder leer y releer, el hecho de gastarse alrededor de 20 euros por cada libro, supone un gasto excesivo ante la situación actual. De esta manera, los diferentes puestos de libros que hay en el mercadillo, nos proporciona una forma asequible de acceder a esa cultura que los propios libros nos aportan. Si no te importa leer de un libro toqueteado (que a fin de cuentas también lo están los de las bibliotecas), estos libros son una genial opción. Porque con un precio máximo de 5 ó 6 euros en la mayoría de los casos, disponemos de obras maestras de la literatura. Pero ese precio suele ser el tope. La amplia gama de precios parte desde los 50 céntimos de euro. Muchas veces, los libros no tienen ni el precio marcado, y es al enseñárselo al vendedor, cuando éste, tras cogerlo, hojearlo y sopesarlo (le falta sólo ponerlo sobre una báscula, para ver cuantos gramos de cultura hay en él), te dice un precio, que luego tú puedes regatear, claro está. Un mercadillo es un mercadillo. Te gusta un libro, lo eliges, preguntas cuánto vale, te dice un precio y acto seguido te ofrece llevarte otro libro más con el consiguiente descuento por llevarte dos. En la mayoría de las veces caes. Técnicas de mercado. O zalamería más bien. Pero otras veces, el precio está puesto. Y ese precio estrella, el más común, es el de 2 euros. Por ahí oscilan casi todos, entre 2 y 3 euros. Lógicamente, si te llevas dos libros de 3 euros cada uno, con toda probabilidad podrás sacarlos por 5 euros ambos. Y no podemos olvidar el apartado dos libros por 1 euro, dónde por tan sólo 50 céntimos de euro puedes adquirir La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza o los Cuentos cómicos de Edgar Allan Poe. Obviamente, los dos. Que para eso es dos por uno.
Evidentemente, toda acción tiene su reacción. Y esto no está libre de tener sus defensores y sus detractores. Y si entre los defensores podrían situarse los propios consumidores compulsivos (y no tan compulsivos) de libros, como detractores podrían situarse las propias editoriales y las pequeñas librerías de viejo. Y el caso es que en el entorno a la consabida calle Feria se sitúan tres de las más coquetas y entrañables librerías de Sevilla, la librería Baena y El gusanito lector en la propia calle Feria, y Un gato en bicicleta en la calle Regina, sin tener en cuenta a los grandes hipermercados del libro que son Beta o La casa del libro, no por ello menos recomendables. Paradójicamente, la librería Baena, que también comercializa material de segunda mano y sita en todo el meollo del propio mercadillo, dada su localización al comienzo de la calle Feria, junto a la plaza de Montesión, todos los jueves, saca su propio puesto a la calle, justo en su puerta. Si no puedes con el enemigo, únete a él. Como diría Sun Tzu en El arte de la guerra. Y la cosa es, que más daño hacen a estos pequeños y carismáticos establecimientos, casi en vías de extinción, las grandes superficies del libro y las grandes franquicias que los pequeños puestos donde comerciantes por hobby y a veces necesidad plantan unos pocos de libros de los que sacan un ínfimo beneficio.
Y cada cosa tiene su propio público. Sucede igual que con los libros electrónicos o digitales. A unos les gusta más tener en las manos un libro físico de papel y a otros les gusta más tener un juguetito electrónico en el que leer. Pero son públicos diferentes. Compatibles. Lo mismo pasa con estos libros usados. Hay quiénes jamás comprarán un libro viejo y amarillento, y hay a quiénes eso no le importan y lo único que quieren es tener un libro en sus manos. Y si es barato mejor. También es cierto, que los libreros juegan con la ventaja de ofrecer lo último que esté en el mercado. Obviamente, si quiero comprarme El tango de la guardia vieja, última novela de Arturo Pérez-Reverte, no voy a ir al Jueves, sino que iré a una librería donde lo tengan o lo puedan solicitar a la editorial. Son cosas distintas. Mercados diferentes. Compradores diferentes. Vendedores distintos. Para gustos, ahí están los colores.
Muchos también podrían pensar que al vender libros de segunda mano se pudiera estar violando los derechos de autor y de comercialización de las propias editoriales. Pero no podemos olvidar, de que la mercancía que se ofrece en estos puestos, los libros concretamente, son libros que en la mayoría de los casos ya han sido amortizados, en palabras de Alberto Vázquez-Figueroa, que ya han cumplido su cometido. Son libros que ya han sido grabados con sus impuestos correspondientes, que tanto la hacienda pública como las propias editoriales han cobrado beneficios por ello. Es más, ésta, es una práctica, la de vender libros de segunda mano, que la realizan ya desde hace tiempo muchas de las librerías más prestigiosas del país. Simplemente se trata de buscar nuevos mercados. Nuevas vías de desarrollo. Nuevos públicos. Porque no se trata de piratería. Piratería sería el vender fotocopias de dichos libros. Sólo es revender libros que ya han reportado su beneficio a quien lo han hecho. Llámese escritor. Llámese editor. Y a fin de ponernos quisquillosos, estos libros son grabados doblemente. Porque la venta de objetos usados en el Mercadillo de los jueves en la calle Feria está regulada, y los vendedores contribuyen a las arcas públicas con sus impuestos correspondientes.
En conclusión, el Jueves, se plantea, ya no sólo como un mercadillo donde puedas ir a comprar, ya sea por placer o por necesidad. El Jueves es Cultura. Cultura con mayúsculas. Es acervo cultural propio y ajeno. Ya que el propio mercadillo es un conjunto de bienes, ya no sólo materiales como las cosas que venden en él, sino inmateriales como es una determinada tradición. Una tradición histórica que se lleva a cabo en una de las zonas con más historia de Sevilla. De hecho, la mayoría de los historiadores coinciden en que la calle Feria podría ser el núcleo a partir del cuál se forjó el resto de la ciudad. Siendo sin lugar a dudas uno de sus barrios más castizos, más populosos y más interesantes de analizar a nivel antropológico. Pero es mucho más que eso. Basta con andar entre sus puestos. Basta con pasear y dejarse llevar por la muchedumbre que atesta la calle Feria, la plaza de Montesión y la plaza de los Maldonados cada jueves. Es una interesante muestra de arte efímero. Efímero pero perpetuo a la vez. Porque es arte vivo, arte en constante devenir, donde el paso de los años ha hecho de él, un monumento. Uno monumento humano. Un monumento social donde no hace falta comprar nada para vivir su idiosincrasia. Sólo observar. Sólo escuchar. Tan sólo disfrutar.
Para más información:
http://www.sevilladesaparecida.com/2011/07/tradiciones-conservar-el-jueves.html
http://es.wikipedia.org/wiki/Mercado_El_Jueves_(Sevilla)